La pureza de corazón es inseparable de la sencillez y de la humildad, y excluye todo pensamiento de egoísmo y orgullo; por esto Jesús toma la infancia como emblema de esa pureza, como la tomó también por el de la humildad. No basta que de los labios salga la miel; si ninguna parte toma el corazón, es ser hipócrita. Aquel cuya afabilidad y dulzura no son fingidas, no se contradice nunca, y lo mismo es en el mundo que en la intimidad: sabe, además, que si engaña a los hombres con las apariencias, no puede engañar a Dios. (Lázaro. París, 1861). |
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